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Reflexiones


Ha llegado el momento de la reflexiones. Y es aquí cuando el niño instruido, el que en verdad se estima, escoge este momento de su vida para recoger sus pensamientos y ordenarlos. Y de esta manera pueda preguntarse si está cumpliendo con las normas más elementales y hermosas de la vida, cuales son: ser buenos hijos y buenos estudiantes.
Estas reflexiones son siempre saludables. Pues sirven para descubrir ante nosotros, la verdadera situación en que nos encontramos. Si marchamos hacia la meta fijada, y si debemos o no enmendar rumbos.
Nos ayudará mucho reflexionar, sobre todo ahora que nos encontramos en vísperas de los exámenes, en los cuales tendremos que rendir satisfactoriamente.
No debemos nunca olvidar, que si actuamos con sabiduría durante nuestras vidas, daremos a nuestros padres y a nuestra patria: el honor, que es una de las más grandes virtudes a la que todo niño debe aspirar.

Caridad Práctica en secreto


Paseábase un día el célebre publicista francés Montesquieu por los muelles de Marsella y, deseando cruzar el puerto, salto a un bote de los muchos que allí se hallaban atracados y que estaba tripulado por un muchacho. Preguntóle quien era el patrón del bote, y el muchacho le contesto con seriedad:
-yo soy, señor; en los días de trabajo me ocupo en mi oficio de aprendiz de joyero, alquilo esta pequeña embarcación para ganar algunos francos.
-¿tan joven y tan avaro? –Le dijo Montesquieu-. ¿Ignoras que dios nos manda trabajar seis días y nos mando a descansar el séptimo?
-señor: mi padre, que era comerciante, fue hecho cautivo por los moros cerca de Esmirna y llevado a Tetuán, donde aún sigue esclavo, trabajando en los jardines del emperador de Marruecos. Nos piden cinco mil francos por su rescate, y tanto mi madre como mis hermanos y yo, trabajamos sin descanso para reunir esa suma a fuerza de años y privaciones. Hace tiempo me ofrecí para ir a ocupar el lugar de mi padre procurándole así su libertad, pero mi madre, al saberlo, se opuso, prefiriendo que todos trabajemos hasta reunir el dinero necesario para pagar el precio impuesto para su rescate.
-¿con qué nombre es conocido tu padre en el cautiverio? –preguntó Montesquieu.
-con el mismo que tenía en Marsella: Roberto Laplace.
Montesquieu guardo silencio; y cuando saltaron a tierra se despidió del muchacho, poniendo en sus manos una bolsa una bolsa que contenía algunas monedas. Este fue a comunicar a su madre tan grata noticia, y aquella familia continúo trabajando para llegar a reunir la deseada cantidad.
Algunos meses más tarde, hallándose un día todos reunidos a la mesa, ¡cual no sería su alegría y su sorpresa al ver aparecer ante ellos a ¡Roberto Laplace! Ignoraba este que no había sido su familia la autora de su rescate, pensando entonces el muchacho en el caballero a quien refiriera la historia del cautiverio de su padre, se propuso no parar hasta dar con él. Lo hallo al fin, y arrojándose a sus pies, se esforzó en hacerle ir consigo para recibir las bendiciones de toda aquella agradecida familia. Montesquieu trataba de convencer al muchacho de que estaba engañado y de que nunca lo había visto anteriormente; pero las manifestaciones de aquél continuaron, logrando atraer a un circulo de curiosos transeúntes, entre los cuales pudo mezclarse Montesquieu y desaparecer de la vista del muchacho. Nuca volvió a verlo, ni la familia pudo saber nada más acerca de él, hasta que, a la muerte del virtuoso hombre, sus herederos hallaron una cuenta en sus libros por el que aparecía que, poco tiempo atrás, había enviado siete mil quinientos francos a un comerciante de Cádiz, no expresando el objeto de aquella remesa. Interrogado el comerciante por los herederos, contesto que había sido invertida, por orden de Montesquieu, en el rescate de Roberto Laplace, cautivo en Tetuán. El enigma quedó aclarado; y el mundo guarda el recuerdo de aquel sublime acto de virtud.

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