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LA LUNA



Los pueblos de Grecia y el cercano oriente creían que la luna era un escudo de plata. Algunos pensaban que los accidentes lunares eran manchas sucias, y otros opinaban que el escudo era un espejo en el que se reflejaban los continentes y los océanos de la tierra.


Muchos pueblos creyeron que veían en la luna, una cara. Otros observaban una liebre moliendo granos en un molinero.

La idea más simpática procedía de los pueblos de la india: pensaban que había un guardia en el cielo a quien llamaban Chandresekhar. Llevaba este vigilante una linterna redonda. La luna. Caminando por el cielo dirigía su linterna a diferentes puntos. Cuando la enfocaba directamente hacia abajo, la linterna era redonda (luna llena); si no la gente veía un hoz.

Andando el tiempo, la invención del anteojo vino a poner un poco de orden y un poco de verdad en todas estas aseveraciones fantásticas.




Hoy sabemos que nos hallamos a un distancia de 384,000 kilómetros de la luna ( o sea treinta veces el diámetro de la tierra). Eso, en el universo no es más que un pasito. Un despacho telegráfico llegaría allá en un segundo y medio. Un tren rápido emplearía ocho meses y veintidós días en llegar a la luna.

La luna se asemeja mucho a la tierra desde el punto de vista geológico; su superficie está cubierta de montañas puntiagudas, que a los rayos del sol brillan como puntos luminosos. Junto a los puntos oscuros y planos se observan ciertas machas grises que hicieron suponer que se trataba de mares, pues la luz del sol se reflejaba allí menos perfectamente que en los parajes vecinos.



Estos “mares” de la luna son extensas llanuras lisas y secas interrumpidas de vez en cuando por grietas y líneas de cráteres. Para reconocer estos mares se pensó en la utilidad de bautizarlos. Los mares fueron los primeros en recibir nombre. Llevan denominaciones en relación a sus influencias astrológicas. Así, por ejemplo. Encontramos el mar de fecundidad ; el lago de la muerte; el océano de las tempestades; el mar de la tranquilidad; el mar de las lluvias; el mar de la putrefacción, etc.


La ciencia con los procesos de la óptica, siguió haciendo nuevos e incesantes descubrimientos, y podemos afirmar que actualmente conocemos la geografía de la luna, o selenografía (Selene es el nombre griego de la luna), tan bien como la de la tierra. La altura de todas las montañas de la luna se han medido con una exactitud casi absoluta. Las más altas pasan de 7,000 metros, altura proporcionalmente notable. El pequeño satélite es mucho mas montañoso que su planeta. En la luna hay cimas de 7,700 metros como la Doerfel y la Leibnitz, cuya altura equivale a la 470 parte del diámetro lunar.







Pero el hecho más extraño de las montañas lunares es que están excavadas interiormente por profundos cráteres y podemos medirlas tanto en altura como en profundidad. Es este un tipo de montaña tan extraño para nosotros como seria u mar sin agua. En realidad, las montañas de la luna son antiguos cráteres volcánicos.

La total ausencia de aire y humedad hace muy diferente el aspecto de nuestras montañas terrestres del de las lunares. Allí jamás hay nubes o nieblas, lluvias ni nieve en las cumbres. El cielo es un espacio siempre negro, sin forma ni bóveda, constantemente cubierto de estrellas, tanto de día como de noche.

Supongamos ahora que nos hallamos en medio de aquellas estepas salvajes al principio del día; el día lunar es quince veces más largo que el nuestro, puesto que el sol emplea un mes en iluminar toda la circunferencia lunar; y entre su salida y su puesta pasan no menos de 354 horas. Si llegamos antes de que salga el sol veremos que ninguna aurora lo anuncia, puesto que, como no hay atmósfera, no existe ningún género de crepúsculo. La ausencia de atmósfera de tipo terrestre produce, en cuanto a temperatura, un efecto analógico al que observamos en las altas montañas de nuestro globo, donde el enrarecimiento del aire no permite al calor del sol calentar la superficie del suelo, como lo hace en las partes bajas donde la atmósfera actúa como absorbente y reguladora; el calor solar no es retenido e irradia continuamente hacia el espacio. Consecuencia de ello, el frio es constante y muy extremado en la luna, no solo durante las noches, quince veces más larga que las que las nuestras, sino durante los largos días soleados.



La rotación de la luna alrededor de la tierra, es decir, el tiempo que invierte en dar una vuelta exacta, se efectúa en 27 días, 7 horas, 43 minutos y 11 segundos. A este tiempo que transcurre entre dos lunas nuevas, dura 29 días, 12 horas, 44 minutos y 3 segundos, y es más largo que el mes sidéreo, porque la tierra, junto con la luna, se va desplazando en torno al sol en el mismo sentido de giro que el de la luna, y cuando ésta no ha efectuado una rotación exacta, debe aun desplazarse durante unos dos días para hallarse nuevamente entre el sol y la tierra, es decir, en luna nueva. Este periodo entre dos lunas se llama mes (lunar) sinódico, y es el tiempo de duración de las fases. La variación de las fases (luna nueva, primer cuarto, luna llena, último cuarto, etc.) es quizá el fenómeno más chocante que nos presenta la luna, y se debe a la posición variable de la luna, nuestro satélite, con respecto a la tierra y el sol.



El diámetro de la luna es de 3,480 kilómetros y su superficie de 38,000 000 de kilómetros cuadrados, es decir poco más de la 13ava parte de la superficie terrestre que es de 540.000.000.


En cuanto al volumen la luna es cincuenta veces más pequeña que la tierra, su masa o peso es solamente la 81ava parte del globo terráqueo. El peso es debilísimo: un kilogramo transportado a la luna pesa solamente 174 gramos.


Hablamos de los espectáculos vistos desde la luna, pero no hay que olvidar que basta dirigir un anteojo, aunque sea modesto, desde la tierra hacia nuestro satélite luminoso en el momento del primer cuarto, para quedarnos maravillados de su belleza y esplendor.

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