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SANTA ROSA


Una poesía penetrante de perdurable aroma, emana del recuerdo de aquella dilecta Isabel Flores  de Oliva, genuina flor de América, pues hija fue de puertorriqueño y peruana. En pleno siglo XVI, como contraste en la turbulencia de la época, nació en Lima, en barrio muy avecindado de gente de guerra, soldados y maleantes, y en el lugar que se dio la primera rosa, según se puede ingerirse de los relatos interesantísimos de Cobo, sobre flores y frutos del Nuevo Mundo.


    Cuenta el sabio jesuita, historiador de la fundación de Lima y autor de una obra científica, sobre semillas y plantas traídas a América y sobre especies americanas, con la naturalidad de quien refiere un hecho cierto, sin pretensiones de ninguna clase, porque en su tiempo, aun no era santa nuestra Rosa; como prendió el primer rosal en Lima y floreció el primer botón en el lugar donde, poco más tarde, estuvo el hospital del Espíritu Santo.


La verídica historia de la Rosa primera, alcanza contornos milagrosos. Cuando aquel padre obtuvo el dato, no se pensaba en la criollita nacida allí. Incipiente la ciudad, aun en la formación de sus calles, no cabía relacionar de la primera rosa con el nacimiento de mujer sin terrenal principalía; pero el hecho resalta y resplandece.
     No estaban todavía, en aquel lugar ni en el hospital, ni la casa de los Flores Oliva, al florecer el  rosal. Todo fue como una huerta en su labor, como cualquiera otra de sus múltiples de la ciudad.



     
 El recinto oblado era en la vieja ciudad, muy reducido, y los primeros vecinos de ella, obtuvieron como se sabe, solares para morada y, en las afueras, extensos lotes de cultivo. Una


predilección sugestiva, parece inclinar a las mujeres en estas reparticiones, tal vez por sojuzgarse correspondían a ellas los menesteres diminutos y sedeños del cultivo de las flores ganadas con estruendo y sangriento esfuerzo por los varones de la conquista.

La asunción de la rosa maravillo a Lima. Se propalo la noticia y, como expresión de gratitud  al cielo, fue llevada en procesión a la iglesia y el primer Arzobispo la consagro a la Virgen. Entre las lanzas, las picas y las relucientes corazas, temblaba el reflejo rosáceo de la flor primigenia.
Y allí nació Santa Rosa…

En su  celebrado poema, el Conde de la Granja, Don Luis Antonio de Oviedo herrera y rueda, dice con inspirada ufanía de paisano;

Nació Rosa en Abril, mes de las flores;
Y en Lima que su azahar cambio en rubíes
Pues por darle a la patria más estima,
No pudiendo en el cielo nació en Lima.



Para los tiempos del padre Cobo, lógica referencia era el Hospital del Espíritu Santo. La pobre casa del respaldo no estaba aún vestida con el esplendor  seráfico de Santa Rosa; y por eso, no señalo como lugar el de la cuna de Isabel Flores de Oliva. Pero así como la ciencia suele confirmar las adivinaciones populares, y la historia de atisbos y vaticinios de la poesía, esta, a veces, completan y esclarece los hechos antiguos, por ser la verdad, resplandor de la belleza.

Inédita muchísimo tiempo; escondida, como flor seca en las hojas de un libro – seña de añeja fragancia – la noticia de Cobo se quedó en las páginas de su “Historia Natura del Nuevo Mundo”, para renacer siglos más tarde. Yo de allí la recogí pareciéndome cada día más bella, y por eso cante:

Pasan los años, y en el mismo lar
De la flor consagrada y primorosa,
Una niña nació para encarnar
La santidad de la primera rosa…



En la callejuela, al respaldo del Espíritu Santo, recién fundado estuvo en la casa de Santa Rosa. Los treinta y dos años de su vida, transcurrieron en aquel lugar, en Quives y en la morada acogedora de Don Gonzalo de la Maza y de su mujer Doña María de Usátegui. En ella se conservó también el encanto de la Santa. Pero es en su casa donde se guarda como reliquia el huertecillo de los transportes místicos y de los ejercicios disciplinarios, que las gentes se habituaron a llamarlo el Santuario, donde estuvo el rosal  inmarcesible, cantado en los versos de Luis  Fernán  Cisneros:

Hace trescientos años el jardín florecía
Y lleno de perfumes florece todavía…

Suardo relata con lujo de detalles la presentación ante el Arzobispo de las cartas compulsatorias para la información de la santidad, vida y milagros de la bienaventurada. Repicaron las campanas hubo luminarias, fuegos y una alusiva


mascarada de cuarenta caballeros criollos, el 13 de Abril de 1630, y al siguiente día  con la asistencia del señor Virrey y de la Real Audiencia, se realizó la procesión desde Santo Domingo a la catedral donde se leyeron las cartas después del Evangelio, en solemne Misa  cantada por el Arzobispo.

Desde la muerte de Rosa, cuyas exequias fueron solemnes, el rumor sobre su santidad fue creciendo y multiplicándose las noticias de sus prodigios. El pintor Teófilo Castillo, sin duda inspirado en la seráfica belleza de la Santa, nos ha dejado un cuadro de gran movimiento y colorido, la reconstrucción de aquel sepelio tan popular y tan fastuoso.

Cuando llegaron las Bulas de Clemente XI, para la canonización, la ciudad entera se estremeció como si pasara por ella un viento celestial. Mugaburu relata las innumerables fiestas del tiempo del Conde de Lemos; hubo misas en la casa de la santa y en Abril mes de su nacimiento, se repitieron con igual pomposidad. Volatines, escuadrones, comedias, altares en las del cabildo, certámenes poéticos, toros, danzas de negros con arpas y guitarras…


Asoman a mi mente, recuerdos romancescos de la vida de la Santa, unidos a evidentes signos anunciadores del criollismo. Como muy aficionada a la vihuela y con aptitud para el repentismo cantar, la tradición  ha conservado como de ella muchos versecillos alegres  y otros, aunque místicos, del mismo carácter, como aquel de ritmo mozamalesco, seguramente con un picaresco trastrueque:


Las doce han dado,
Mi amor no viene ¿Quién será la dichosa
Que lo entretiene?

Y este anticipado sentido vernacular, resaltante también  en el Beato juglaresco Martin de Porres, recogió del pueblo en manifestaciones tan “mataperriles” como la de ungir a Santa Rosa de Lima por Patrona de las cometas…

Las procesiones del pasado como la primera de la beatificación, con niñas coronadas de rosas y con el hábito negro y el blanco de la mariposa simbólica del anuncio a la santa, ya no tienen el acompañamiento de otros días; pero resta un ínfimo y grande fondo de simpatía por la poética figura de aquella mujer bautizada con el nombre de Isabel en San Sebastián, donde se puso agua y oleo a Bolognesi, muchos años más tarde; parroquia ilustre de la Santa y el héroe.

Y el pueblo y los niños nombraron con el cariñoso diminutivo de la divinizada paisanita a estas avecillas de plumajes blanquinegros como el hábito dominicano, gráciles y finas, aldas festones de los aleros limeños, Las imaginaron como celestes mensajeras, relevadoras de secretos y dejaron vibrando en el ambiente de la ciudad el encanto pueril y dulce de la  frase confidente:

“Y así me lo contó una santarrosita…”



JOSE  GALVEZ

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